Cuentos, pensamientos, reflexiones y accidentes neuronales.

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El carrito de carreras.

Recuerdo, o medio recuerdo, mejor dicho, haber estado buscándolo por toda la casa; había algo de premura y preocupación. Como la de cualquier niño que busca un carrito de juguete desaparecido. Recorrí la casa de lado a lado, desde el frente hasta el patio, y sabía, de algún modo, que debía encontrarlo rápido.

Era un carrito de plástico parecido en forma a un coche de fórmula uno, pero de formas redondeadas, aerodinámicas, hecho de dos grandes piezas principales; la carrocería, de color verde limón, y el chasis, o «la panza del carro», de un no menos llamativo color amarillo. Las ruedas estaban dentro de unas secciones que se asomaban a los lados del carro, de nuevo, parecidas a las de un fórmula uno, pero más cubiertas. Menos expuestas, quizás.

Desesperado subí las escaleras y llegué al patio; lo atravesé y finalmente entré a una habitación en construcción, sin techo, solo con paredes de ladrillos. Supe que estaba ahí antes de verlo; el olor me advirtió de su presencia.

Volteé hacia abajo, a la izquierda de la entrada, y el carrito estaba ahí, panza arriba. Había visto ya muchos animales muertos bajo el sol ardiente de mediodía, y sabía exactamente cómo se veían. El carrito estaba ahí, muerto, con el chasis roto, cubierto de gusanos blancos que se movían incesantes por encima y por dentro de él. Había visto ya muchos animales muertos como para saber que, no importaba lo que hiciera, había llegado tarde y no había nada qué hacer. No era que el carrito estuviera roto; era que, yo sabía, que estaba muerto.

Me agaché para verlo mejor; hacía calor y el sol era intenso, como era lógico en ese cuarto vacío, a medio construir y sin techo. Era como ver el cadáver de cualquier otro perro a la orilla de algún pequeño camino de tierra en las afueras de alguna ciudad. Me quedé absorto viendo el centenar de pequeños gusanos blancos. Tenía aún esta amarga sensación de no haberlo encontrado a tiempo; quizás se había roto por accidente, o le había caído algo encima, no lo sé. Pero sentía como que había estado ahí sufriendo por algún tiempo y que finalmente, herido e inmóvil, había perdido lo que le quedaba de vida. Me agobió la culpa y la tristeza; no sería la primera ni la última vez que me sentiría así. Tampoco sería la última vez que experimentaría ver tan de cerca un cuerpo sin vida.

Me puse de pié,  nuevamente, alejándome de la dantesca visión de mi carrito agusanado. No recuerdo si desperté en ese mismo momento o si sucedió algo más después de ello. Lo que sí sé, es que ese carrito desapareció durante mi infancia, y recuerdo haber tocado las grietas en su chasis con mis dedos, y recuerdo también poder haber visto hacia su interior a través del pedazo que le faltaba. Le faltaban llantas, aunque ya no recuerdo cuántas ni cuáles. Recuerdo aún la textura rugosa de su carrocería, y recuerdo que me encantaba su forma, que no era simplemente aerodinámica; había algo de orgánico en ella, algo de vida, algo de criatura viva.

Para un niño hay varias clases de juguetes; los casuales, los frecuentes, los favoritos… y hay varias formas de perder un juguete. Se extravían, se los roban, se destruyen. Es parte, supongo,  de crecer; aceptar que las cosas se van, y aprender a dejar ir. Es, quizás, la única constante irrevocable y no negociable. Nada se queda.

Nada se queda.

Como sea… nadie debería soñar con juguetes muertos.

Carrito Muerto

 

ds


25,000 thousand mil.

25000

Ahora que el Lobonejo Blog ha alcanzado (por segunda vez) las 25,000 visitas, es hora de algo así como festejar.

Digo por segunda vez porque, no sé si recuerden que hace bola de años, cuando no nos habían invitado amablemente a migrarnos hacia WordPress (cuando en ese entonces todavía existían los espacios Windows Live), todo mundo tenía sus espacios y blogs y curiosidades en esa platafora. Y un día Microsoft decidió que al diablo con todos los hipsters y zas, nos dijo «o se migran, o pierden todo). Y como ya llevaba yo muchos textos y dibujos y como 64,000 visitas o algo así, dije «no, pues me migro, igual y la nueva plataforma va a estar mejor».

Y sí, lo estuvo, pero borrón y cuenta nueva; se perdieron las visitas (que finalmente, son solo un número para la autocomplacencia) pero lo que más me dolió, fue perder las tres fabulosas listas con 100 entradas cada una. Seguro las recuerdan:

Los Vlúpers, Los Vlúpers Recharged y Los Vlúpers Unleashed.

De todos lados me llovían comentarios de gente que se ahogaba con la coca cola, que escupían el café, que se atragantaban con su pizza o que sacaban la pepsi por la nariz con el contenido de esas listas.

Y es que de ahí salieron perlas como:

«Mejor vení vos tú»

«Es que no lo alcancé a percatar»

«Sí doctor, se me subieron los tricicleros»

«Will Smith sale en una película donde la hace de negro»

«¿Vale la pena discutir por algo tan insignificable?»

«Le dolían los dedos de las manos porque tenía arterias»

«Es que cuando ves que vas viendo y lo ves»

«Ah sí, Tom Cruise en la de La Guerra de los Clones»

«Esa es la nave de Darth… Wars»

«Jar Jar, uno que tiene trompa de hocico»

«No manches, cómo me latía el esternón»

«Es que me iniciaron una campaña de desprestidigitación»

«Cristo basó su vida en solo dos preceptos: La fe, el amor y las buenas costumbres»

«A ver, pasen al cuarto número ‘A'»

«Por eso en Chiapas se hará una campaña de analfabetización»

«¡No pongan su nombre! ¡Le dije que no lo pongaran!»

Y un largo etcétera. Bueno, imagínense tres bloques así, cada uno con 100 entradas. 300 fabulosos deslices de lengua de mis allegados, cercanos y víctimas que tuvieron la desgracia de estar cerca cuando yo pasaba por ahí. Pero no se preocupen, volverán. Mis fabulosas listas de vlúpers volverán.

Ah bien, pero la entrada era más como para agradecer que aún se den su vuelta por aquí. Este sitio lleva más de 10 años soportando tormentas en el desierto, cometas, eclipses y apocalipsis zombis, y si sigue aquí es por ustedes, los lectores. Qué paciencia la de ustedes. Y se los agradezco.

:)

Va. Nos vemos en la siguiente entrada.

Auf wiedersehen mon amies.

Dark Söul


Escribo.

Escribo, porque el internet es como el universo;

es un lugar muy grande, y la mayoría de las veces, muy oscuro.

Porque está lleno de cosas, pero es un lugar también muy solitario.

Porque a pesar de los grandes espacios que tiene, a veces no tiene ni siquiera ecos.

Porque a pesar, como el universo, de sus estrellas, la luz rara vez llega a sus rincones.

Escribo porque navegar en este universo es una travesía de soledad.

Y escribo porque es bueno tener compañía

en medio de la oscuridad.

Eso, por si aún quedan navegantes cerca de mis islas.

Dark Söul


Debajo de Árboles Negros.

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Hay una lectura pendiente

que debiera volver a tomar;

tiene mi libro en el frente

una puerta que me hace soñar.

Veo destellos de luz

que débiles se asoman

con el mismo andar que tú.

Entonces grito

con impaciencia,

Tengo un rito

que me atormenta.

Mírame,

déjame,

vuélvete.

Nueve, siete, cinco, tres, o un once;

marco el calendario con total desdén,

mato al otoño con lanza de bronce,

tomo al invierno como frágil rehén.

Pero si vuelves mañana,

me lanzaré a la pradera,

te mostraré la sabana,

yo encontraré la manera.

Entonces me cantas,

amable y sonriente,

yaciendo entre plantas

absorto y ausente.

Debo volver,

fuerte, tenaz,

quiero volar,

ágil, audaz.

Vivo,

muero,

sueño…

leo.

Pero entonces recuerdo que leo,

despego la vista de mi libro,

debajo de árboles negros,

y me pierdo una vez más en sueños.

Y,

tú…

no.

Dark Söul


Diez.

Hace algún tiempo, un 21 de diciembre de 2004 para ser precisos, a las 16:26 horas…

Ya hace diez años que escribo en este blog. Diez años, una década, de letras y pensamientos y reflexiones, e ideas y cuentos e historias y novelas, que he querido compartir con la blogósfera y con quien guste leer en general.

Siempre he gustado de pensar que alguien, por ahí, en la oscuridad de la red, encuentra algo cálido en las letras que plasmo aquí; como una cobija amable durante la oscuridad de la noche en Internet, o durante el invierno prolongado, o no sé, algo fresco y ameno durante el verano de las páginas soleadas. Quisiera pensar que para alguien, leer debe ser como un oasis al cruzar el desierto, que es un sitio vivo en medio de un paraje gris y solitario, que es un lugar orgánico en el que los paisajes brotan solos como burbujas desde el fondo de un estanque (porque mi blog siempre ha sido un estanque).

¡Pero son ya diez años! Es una vida en el internet, una larga vida para un sitio web, una vida de evolución y aprendizaje y nuevas ideas hablando de textos en línea. De pronto diez años, que ya pasaron, se convirtieron en un largo camino cuesta arriba, pero bien, aquí estoy y aquí sigo escribiendo, siempre a la espera de que sea para el regocijo de alguien. Nunca faltan lectores avispados.

Pues bien, han sido unos diez años inmensos, muy instructivos y productivos sin duda, llenos de logros y recompensas, como lo han sido también demoledores, y cambiantes y cambiadores, promotores de la evolución y motivadores del caminar. Diez años para aprender; son una larga jornada, pero sin duda, una jornada necesaria y a la cual le debo mucho. Es aprendizaje, es crecimiento, es renovación. Y son miles y miles de nuevas ideas y pensamientos, y no solo, sino también formas de pensar.

En diez años uno cambia y se cambia más.

A los lectores que hayan seguido de mi mano esta jornada, y que se hayan quedado durante los diez años, y que me hayan acompañado a lo largo del viaje, gracias, y bienvenidos (el viaje no ha terminado). Gracias de verdad por haberse quedado y por haber aprendido conmigo. Gracias por haber compartido todo lo que he tenido para compartir durante estos diez años (cosas buenas y malas). Algunos se quedaron en el camino; algunos decidieron que querían caminar otras sendas, algunos más simplemente quisieron no seguir compartiendo el viaje. A los que sigan caminando y decidan ver qué tan interesante y prometedor se pone el camino de ahora en adelante, junto a mí, gracias. Como bien decía Robin Williams (q.e.p.d.) en su papel de Peter Pan:

«Vivir… vivir va a ser una gran aventura».

 

 

El Lobo se despide con el ánimo de siempre.

¡Feliz cumpleaños número diez al Blog, y feliz cumpleaños a ustedes, los lectores, si han seguido por aquí! Y a los que apenas comienzan a recorrer la senda conmigo y pretendan quedarse a trotar y galopar conmigo a través de las planicies, los valles y las montañas, bienvenidos y alístense para los primeros pasos del viaje que comienza!

(Hay palco para todos).

 

¡Un abrazo, y seguimos en contacto!

 

 

Dark Söul D' Inxfenrir V

 


El Hombre de los Ojos de Cristal

Érase un hombre con ojos de cristal, yo lo conocí, lo veía caminar bastón en mano por las banquetas, en las plazas, colina arriba. No había expresiones en su rostro, no te sabría decir si sonreía, si estaba molesto, si algo le dolía.

Quiero pensar que reía, que todo el tiempo reía. Sus ojos no me decían nada, eran ojos de cristal.

A este hombre con ojos de cristal lo vi pasar frente a una tienda de lentes; el dueño lo invitó a pasar, sucedió que yo estaba cerca y lo vi todo.

Él entró y se sentó en una silla, el dueño le mostró lentes, de este tipo, de esta forma, de este modelo, con estos colores. Solo podía ver al dueño sonriente, explicándole los mil y un detalles de los lentes y armazones que le mostraba. Yo no podía saber lo que el hombre de los ojos de cristal pensaba; su silla le daba la espalda al escaparate, y yo estaba parado afuera, sin poder ver sus expresiones. Aún me sigo preguntando si habrá sonreído.

Después de un rato, caminé aprisa tratando de parecer discreto, me paré cerca de un poste de color verde olivo, el hombre de los ojos de cristal salió de la tienda con un pequeño paquete, envuelto en papel, en sus manos. Son lentes, pensé, deben serlo, pues el hombre de los ojos de cristal ha salido de una tienda de lentes.

El hombre caminó, cruzó la banqueta, caminé detrás de él, pues él no me había visto. El dueño de la tienda no sonreía, yo pensé que lo haría pues acababa de vender algo. Me desconcertó ver la expresión del dueño de la tienda. Había un serio pesar en su mirada, una sombra de incertidumbre, un velo de negación, algo que me robó un poco de alegría. Aún hasta el día de hoy sigo esperando de algún modo a que me la devuelvan.

Estaba en ello, observándolo en silencio, cuando escuché un fuerte ruido a mis espaldas, que me sacó de mi silencio y mis pensamientos y mis reflexiones se rompieron en mil pedazos. No sé si fueron mis ideas o qué, pero escuché el ruido de cristales romperse, y golpes, y gritos. Volteé de prisa.

Un coche veloz lo había golpeado, no tuvo tiempo de detenerse. El conductor bajó de prisa de su auto. Gritaba y pedía auxilio, era un buen hombre de familia que se dirigía a casa, a comer con su familia. Ahí a media calle, quieto y sin expresión, yacía tirado el hombre de los ojos de cristal. Un par de ostentosos lentes oscuros cubrían su rostro; no pude saber en ese momento si sus ojos estaban abiertos o cerrados. Ojalá me hubiese quedado con la duda. Hoy el sueño aún visitaría mis noches.

Preocupado por él, me apresuré a llegar a su lado; el hombre del auto se quitaba su sombrero, seguía pidiendo ayuda. Tomé de la calle empedrada el paquete envuelto en papel. Sus lentes, pensé, espero no se hayan roto. Volteé a verlo de nuevo. Tenía sus lentes oscuros puestos. ¿Qué llevaba en el paquete? Maldigo mi curiosidad. Maldigo mi incertidumbre entonces y la incertidumbre ahora. Pues no pude evitarlo, rasgué el papel, había un pequeño estuche rígido color café. Era para guardar lentes, pero él llevaba sus lentes nuevos puestos sobre el rostro. Lo abrí. Ahí iban los ojos de cristal. Volteé de nuevo a su rostro. Quité sus lentes oscuros. Sus cuencas vacías me arrebataron lo que quedaba de espíritu y aliento.

Incluso cuando ya todos se habían ido, y la gente había dejado de murmurar, y la ambulancia ya se había retirado con su cuerpo, y el conductor del auto había sido indultado y se había ido a comer con su familia, y el sol se apresuraba a esconderse para olvidar lo sucedido, yo seguía de pié ahí, cerca de la banqueta, observando a la nada, sin decir palabra.

La gente me observó por horas; los negocios cerraron, la luna se asomó temerosa entre las nubes. El dueño de la tienda de los lentes me puso una mano en el hombro; me pidió, con una sonrisa amable, que fuera a casa.

Yo conocí a ese hombre con ojos de cristal. Aún espero que el sueño visite, invada, arremeta contra mis noches.

Dark Söul D’ Inxfenrir


Digresiones de un Lobo Inexperto – Pt. 2

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Llegarán los días de júbilo,

y de gloria y gozo,

pero para ello, hay que vagar por el desierto

durante un cierto tiempo.

Hasta que transitemos por tierras yertas

sabremos apreciar

el verde pasto bajo nuestros pies

si es que volvemos a hallarlo.


 

Recuerdo un sueño trágico en una tarde calurosa y gris, sin luz, sin ruido.

Un sueño de llanto y desesperación, y de frustración. De esos de sentimientos de pérdida,

en la que lo más tangible y persistente es la impotencia y el verse vulnerable contra las adversidades.

Era un sueño de los que te hacen abrir los ojos con la sensación de que despertar no nos trae ningún alivio;

como si despertar no fuese de ningún modo una cura para el malestar durante el sueño.

 

Sé que hay sueños trágicos de los cuales es posible despertar sin aliento,

con lágrimas en los ojos y con la voz quebrada,

y sé que si no hay nadie cerca para decirnos que «todo está bien, solo ha sido un mal sueño»,

ese sueño podría perseguirnos durante muchas tardes como esa;

tardes calurosas y grises, sin luz, sin ruido.

 

No sé cuántos sueños falten así, o cuántas tragedias se escondan todavía

en los vastos e interminables campos de lo onírico.

Sé que no se puede estar siempre ahí para decir «solo ha sido un mal sueño»,

pero al menos, espero que esas palabras hayan sido útiles en su momento,

cuando de un sueño de tragedia y desesperanza

nos levantamos sin voz, con lágrimas en los ojos,

con la certeza de que algo se ha roto por dentro nuestro.

 


 

Corrí mil kilómetros en la misma dirección

y al voltear atrás, nunca supe cómo, 

había cruzado un abismo insondable.

Quizás de tanto correr volé

y en mi esfuerzo y determinación

no supe que había dejado de tener

los pies sobre la tierra.

Pero, 

¿no es así como comienzan los sueños?

¿Despegándose del suelo

de cuando en cuando?

 


 

 

De todas las veces que me he caído de la luna

ésta, sin duda, ha sido la más gratificante.

A media noche, sin cielo ni tierra,

pude comprender por fin la grandeza del océano

y me sentí pequeño mientras esperaba su abrazo.

Ya ni sé si estaba despierto o dormido

al momento de sumergirme en la líquida oscuridad.

 


 

 

No hay resplandores de sol

debajo de las piedras

a mitad del camino polvoriento.

 


 

 

No siempre se puede respirar bajo el agua

por más fresca y cristalina

que sea el agua del estanque.

 


 

 

Cuando atrapes entre tus dedos el sonido estruendoso

el escándalo insoportable, los truenos ensordecedores

de las pisadas de un gato,

solo entonces realmente verás el mundo como yo. Y me entenderás.

 


 

 

Dejo en paz mis digresiones,

pues otros pasos vienen detrás de mí

y quiero dejar espacio a la sombra que proyecto.

 


 

 

Dark Söul D’ Inxfenrir IV