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El Hombre de los Ojos de Cristal

Érase un hombre con ojos de cristal, yo lo conocí, lo veía caminar bastón en mano por las banquetas, en las plazas, colina arriba. No había expresiones en su rostro, no te sabría decir si sonreía, si estaba molesto, si algo le dolía.

Quiero pensar que reía, que todo el tiempo reía. Sus ojos no me decían nada, eran ojos de cristal.

A este hombre con ojos de cristal lo vi pasar frente a una tienda de lentes; el dueño lo invitó a pasar, sucedió que yo estaba cerca y lo vi todo.

Él entró y se sentó en una silla, el dueño le mostró lentes, de este tipo, de esta forma, de este modelo, con estos colores. Solo podía ver al dueño sonriente, explicándole los mil y un detalles de los lentes y armazones que le mostraba. Yo no podía saber lo que el hombre de los ojos de cristal pensaba; su silla le daba la espalda al escaparate, y yo estaba parado afuera, sin poder ver sus expresiones. Aún me sigo preguntando si habrá sonreído.

Después de un rato, caminé aprisa tratando de parecer discreto, me paré cerca de un poste de color verde olivo, el hombre de los ojos de cristal salió de la tienda con un pequeño paquete, envuelto en papel, en sus manos. Son lentes, pensé, deben serlo, pues el hombre de los ojos de cristal ha salido de una tienda de lentes.

El hombre caminó, cruzó la banqueta, caminé detrás de él, pues él no me había visto. El dueño de la tienda no sonreía, yo pensé que lo haría pues acababa de vender algo. Me desconcertó ver la expresión del dueño de la tienda. Había un serio pesar en su mirada, una sombra de incertidumbre, un velo de negación, algo que me robó un poco de alegría. Aún hasta el día de hoy sigo esperando de algún modo a que me la devuelvan.

Estaba en ello, observándolo en silencio, cuando escuché un fuerte ruido a mis espaldas, que me sacó de mi silencio y mis pensamientos y mis reflexiones se rompieron en mil pedazos. No sé si fueron mis ideas o qué, pero escuché el ruido de cristales romperse, y golpes, y gritos. Volteé de prisa.

Un coche veloz lo había golpeado, no tuvo tiempo de detenerse. El conductor bajó de prisa de su auto. Gritaba y pedía auxilio, era un buen hombre de familia que se dirigía a casa, a comer con su familia. Ahí a media calle, quieto y sin expresión, yacía tirado el hombre de los ojos de cristal. Un par de ostentosos lentes oscuros cubrían su rostro; no pude saber en ese momento si sus ojos estaban abiertos o cerrados. Ojalá me hubiese quedado con la duda. Hoy el sueño aún visitaría mis noches.

Preocupado por él, me apresuré a llegar a su lado; el hombre del auto se quitaba su sombrero, seguía pidiendo ayuda. Tomé de la calle empedrada el paquete envuelto en papel. Sus lentes, pensé, espero no se hayan roto. Volteé a verlo de nuevo. Tenía sus lentes oscuros puestos. ¿Qué llevaba en el paquete? Maldigo mi curiosidad. Maldigo mi incertidumbre entonces y la incertidumbre ahora. Pues no pude evitarlo, rasgué el papel, había un pequeño estuche rígido color café. Era para guardar lentes, pero él llevaba sus lentes nuevos puestos sobre el rostro. Lo abrí. Ahí iban los ojos de cristal. Volteé de nuevo a su rostro. Quité sus lentes oscuros. Sus cuencas vacías me arrebataron lo que quedaba de espíritu y aliento.

Incluso cuando ya todos se habían ido, y la gente había dejado de murmurar, y la ambulancia ya se había retirado con su cuerpo, y el conductor del auto había sido indultado y se había ido a comer con su familia, y el sol se apresuraba a esconderse para olvidar lo sucedido, yo seguía de pié ahí, cerca de la banqueta, observando a la nada, sin decir palabra.

La gente me observó por horas; los negocios cerraron, la luna se asomó temerosa entre las nubes. El dueño de la tienda de los lentes me puso una mano en el hombro; me pidió, con una sonrisa amable, que fuera a casa.

Yo conocí a ese hombre con ojos de cristal. Aún espero que el sueño visite, invada, arremeta contra mis noches.

Dark Söul D’ Inxfenrir