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La Leyenda de la Estárliga – Capítulo I

Estárliga

– CAPÍTULO I –

Un sol despunta glorioso sobre la comarca, en el país de Felderynn, y resplandece en múltiples destellos en la armadura de dos caballeros.

– ¡No es una despedida! Nos volveremos a cruzar tan pronto nuestros caminos se encuentren de nuevo – dijo alegre y optimista Valiant.
– ¿Cuándo esperas que sea eso? – inquirió el joven Ferce.
– Cuando sea tiempo, quizás; o cuando el destino decida que es el momento de encontrarnos nuevamente – dijo Valiant, con un aire de mucha sabiduría.
– ¡O sea que no sabes! –  masculló Ferce.
–  ¡Vamos! No seas tan negativo. Mi campaña no me alejará por siempre de Felderynn. Volveré antes de lo que todos esperan.
– No sé si eso sea un buen o mal augurio. Pero si has de partir, parte ahora… y te esperaremos con los brazos abiertos. ¡Pero no quedo contento, sabe eso!

Valiant sonrió amable como siempre; se ajustó la capa, dio media vuelta y, gallardamente, montó su corcel y cabalgó hasta perderse en el horizonte norte, al pie de la cordillera helada. Ya apenas se veía su silueta cuando Ferce escuchó el llanto de Myrin desde su balcón.

– Myrin, ahora tus amaneceres serán largos y fríos, pues aunque nunca cruzaste una palabra con Valiant, sé que soportabas las noches oscuras por guardar la cálida ilusión de encontrarte con Valiant cada mañana… – pensó Ferce, contemplando en silencio el balcón. Pensativo, caminó hacia el castillo y se detuvo junto al viejo fresno.

– En realidad, yo también extrañaré a Valiant – se dijo en voz baja. – Ninguna aventura será igual sin su consejo ni su valor. Felderynn se quedará aguardando por su regreso…

– ¿Ferce?

Ferce despertó de sus pensamientos al encontrarse frente a él a Lady Trayla, la hija tercera y más joven del rey Jarethor y la reina Maialden.

– Mi Lady. ¿Qué puedo hacer por usted?
– Ferce, ahórrate los formalismos, por última vez. Ya habíamos hablado…
– Lo siento, mi Lady… no me acostumbro a…
– Basta con eso. Dime… ¿ha partido ya Valiant?
– Justo acaba de partir, mi La… Trayla.
– Qué pena. Me habría gustado dedicarle una oración para una jornada segura. ¿Cuánto tiempo espera permanecer fuera?
– La gente asegura que es un día de viaje hasta la cordillera, más otro día de ascenso si el clima es el propicio. Y de cinco a seis días para lograr su búsqueda, y otros dos días de descenso y regreso.
– Es decir… ¿diez días, por lo menos?
– Es Valiant. Unos quince días, tal vez.
– ¡¿Quince?! Pero, si son cuatro días de viaje y 6 días de…
– Serán cuatro días de viaje y una tarde para encontrar lo que busca. Los otros diez días se le irán en la Feria de Laronda.
– Oh por todos los cielos. Ninguna feria es tan cautivadora y la de Laronda en particular no tarda tanto tiempo montada.
– Oh, pero si no es por la feria en sí. Cruzeth va a estar ahí, ¿sabes?
– ¡Cruzeth! Pero… su búsqueda…
– Sí; su búsqueda tiene que ver con Cruzeth y la Feria de Laronda.
– Algunas viejas rencillas no pueden ser olvidadas…
– Lo cual me recuerda… – dijo Ferce, de pronto, con un cambio de expresión.
– ¿Qué sucede?
– Myrin.

Ferce se disculpó y comenzó a subir las escaleras hacia el balcón de Myrin. Sin embargo, justo antes de tocar a su puerta, ésta se abrió súbitamente.

– Te escuché llegar – dijo Myrin, animada y sonriente. Sin embargo, Ferce notó sus ojos ligeramente enrojecidos y su voz recién repuesta después del llanto.
– Myrin…  Valiant estará aquí en dos semanas.
– ¡Ja! ¡Dos semanas! Bueno, ¿qué me cuentas con eso? Como si me importara.
– ¿No te importa?
– ¿Habría de? Es decir, no le deseo ningún mal ni nada. Tampoco lo menosprecio. Es sólo uno más de los caballeros que protegen Felderynn. Sé que mi padre le guarda respeto y es bien apreciado en el pueblo.
– Ya veo.
– ¡Pero eso no tiene nada que ver conmigo! ¿o sí? Es sólo un caballero más. No es bueno tener relaciones con esa clase de personas.
– ¿Desea entonces, lady Myrin, que me retire?
– ¿Eh? ¿Por qué ibas tú a ret… ? ¡Oh! ¡No! ¡Me disculpo! ¡No quise decir que los caballeros… ! Es decir… tú eres un caballero, pero… no es que los caballeros sean… malas personas…
– Lady Myrin, permiso para hablar libremente.
– ¡Ay, por favor! Como si necesitaras mi permiso. Sabes que aprecio tu opinión… a pesar de la tontería que acabo de insinuar… dime, realmente no medí mis palabras, ¿verdad?
– Mi lady…
– ¡Permiso concedido! Por favor, habla libremente. Y háblame de tú, por dios, que apenas tengo 21 años.
– ¿Por qué nunca  le dijiste nada a Valiant? Lo observabas a diario desde el balcón; lo seguías con la vista en los pasillos; contabas sus pasos en las alas de la catedral…
– ¿De qué hab… ?
– Te escuché incluso rezar por él anoche.
– Yo rezo por todos los caballeros que defienden a nuestro pueblo.
– ¿Y también lloras por todos los caballeros que se ausentan del mismo?

Myrin se quedó estática, viendo fijamente a Ferce. Tardó unos segundos en responder.

– Valiant es un hombre con coraje y ha defendido bien a Felderynn cuando ha habido…
– Myrin… ¿por qué nunca se lo dijiste? Sé que estás enamorada de él… ¿por qué sigues derramando tus lágrimas en silencio y en soledad, cuando podrías reir y amar sin ocultárselo a nadie? Una felicidad así, ¿acaso no la compartirías con el mundo?
– No creo que yo sea la mujer para un hombre como Valiant…
– Eso lo debería decidir Valiant, a menos que tú no quieras ser la mujer para un hombre como él.
– ¡Tú! ¡Hablas como si… como si no platicaras con la luna cuando las estrellas se borran de tus ojos!
– ¿Qué? ¿Qué quieres decir?
– ¡Lo sé todo! Las estrellas sólo se borran de tus ojos cuando tus lágrimas empañan tu vista, y entonces le cuentas tus penas a la luna… ¡esas penas en donde mencionas a L… !
– ¡Myrin! Mi amor es un amor prohibido y te pido que esas palabras no abandonen tus labios jamás. Mi honra está en juego; así que con el corazón en la mano te solicito…
– ¿Que no le diga a nadie? Si tú puedes amar en secreto, ¿por qué no yo?
– ¡Por que podrías y mereces ser feliz! ¡Por que podrías estar con Valiant en vez de dejar que tu vida transcurra en ese balcón!
– ¿Y qué hay de ti? ¿Acaso amar es deshonroso?
– No encuentro honor alguno en amar a la mujer de un hermano muerto.
– ¡¡No fuiste tú quien lo mató para quedarte con ella!!

Ferce alzó la vista con furia, y Myrin, sobresaltada, dio un paso atrás, cubriéndose la boca con una mano, como temiendo que una daga venenosa saliera de ella. Comprendió demasiado tarde el peso de sus palabras, y para cuando quiso detenerlas, éstas ya habían hecho impacto en el corazón de Ferce. Él, sin embargo, mantuvo la compostura, y sonriendo tan cortésmente como pudo, se disculpó por su arrebato.

– Lamento haber externado así mi opinión respecto a Valiant. Desde luego, eres libre de vivir tu vida como te plazca, Myrin. Me retiro ahora.
– Ferce… yo… no ha sido mi intención…

Ferce ya se dirigía a la puerta; a sus espaldas, Myrin lo veía, consternada.

– Valiant es el hombre más honorable que conozco, y sin duda…
– Ferce…
– … cuando vuelva, Valiant estaría complacido si le recibieses con algo más que sólo…
– Ferce.
– … unas frías y diplomáticas palabras de bienven…
– ¡Ferce, ya pasaron tres años!  ¡¿Vas a dejar que Trayla se consuma en su pena y en su luto sólo porque no tienes el valor para decirle lo que sientes?!

Ferce tragó saliva y el trago se le hizo amargo. Una sensación fría le recorrió la espalda.

– ¡Valiant y tú aman salvar doncellas! ¿Tan difícil es ahora que salves a mi hermana? ¿Acaso crees que sólo demonios y dragones pueden robarse a una princesa? ¿Qué hay de la tristeza, la soledad y la desesperanza? ¿Puede un valiente caballero hacerse cargo de la empresa o tendremos que preparar otro funeral para el alma y las ilusiones de Trayla, marchitas hasta el día en que el ocaso se ponga sobre ella?

Ferce no podía dar un paso más. Algo en su interior se había roto, pero sabía también que, de esa fractura, algo se estaba liberando por fin. Las palabras de Myrin, duras como una lanza abriéndose paso en su carne, eran también sabias, justas y dignas de una princesa.

– Valiant y yo nunca hemos desistido de una empresa que signifique salvar a una doncella.
– ¿… Entonces?

Ferce quería responder «lo haré», pero las palabras no salían de él. Pensaba y pensaba, las afrentas de Myrin resonaban en su mente como si aún las escuchara. Su corazón latía acelerado. De todos modos, ¿qué sabría esa niña sin experiencia sobre asuntos de honor, de hermandad, amor y sacrificio? ¿Y por qué sus palabras pesaban tanto? ¿Por qué eran tan lacerantes y frías como una espada en las costillas, y tan cómodas y cálidas como una fogata en la campiña helada?
Casi sin desearlo, musitó una frase.

– No fallaré ahora, lady Myrin.

Ferce se apresuró a salir de la habitación de Myrin, con la rapidez necesaria como para no permitirle a Myrin darse cuenta del brillo en sus ojos; un pequeño brillo que se deslizaba lentamente por su mejilla izquierda.

 

– Continuará.


Digresiones de un Lobo Inexperto – Pt. 2

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Llegarán los días de júbilo,

y de gloria y gozo,

pero para ello, hay que vagar por el desierto

durante un cierto tiempo.

Hasta que transitemos por tierras yertas

sabremos apreciar

el verde pasto bajo nuestros pies

si es que volvemos a hallarlo.


 

Recuerdo un sueño trágico en una tarde calurosa y gris, sin luz, sin ruido.

Un sueño de llanto y desesperación, y de frustración. De esos de sentimientos de pérdida,

en la que lo más tangible y persistente es la impotencia y el verse vulnerable contra las adversidades.

Era un sueño de los que te hacen abrir los ojos con la sensación de que despertar no nos trae ningún alivio;

como si despertar no fuese de ningún modo una cura para el malestar durante el sueño.

 

Sé que hay sueños trágicos de los cuales es posible despertar sin aliento,

con lágrimas en los ojos y con la voz quebrada,

y sé que si no hay nadie cerca para decirnos que «todo está bien, solo ha sido un mal sueño»,

ese sueño podría perseguirnos durante muchas tardes como esa;

tardes calurosas y grises, sin luz, sin ruido.

 

No sé cuántos sueños falten así, o cuántas tragedias se escondan todavía

en los vastos e interminables campos de lo onírico.

Sé que no se puede estar siempre ahí para decir «solo ha sido un mal sueño»,

pero al menos, espero que esas palabras hayan sido útiles en su momento,

cuando de un sueño de tragedia y desesperanza

nos levantamos sin voz, con lágrimas en los ojos,

con la certeza de que algo se ha roto por dentro nuestro.

 


 

Corrí mil kilómetros en la misma dirección

y al voltear atrás, nunca supe cómo, 

había cruzado un abismo insondable.

Quizás de tanto correr volé

y en mi esfuerzo y determinación

no supe que había dejado de tener

los pies sobre la tierra.

Pero, 

¿no es así como comienzan los sueños?

¿Despegándose del suelo

de cuando en cuando?

 


 

 

De todas las veces que me he caído de la luna

ésta, sin duda, ha sido la más gratificante.

A media noche, sin cielo ni tierra,

pude comprender por fin la grandeza del océano

y me sentí pequeño mientras esperaba su abrazo.

Ya ni sé si estaba despierto o dormido

al momento de sumergirme en la líquida oscuridad.

 


 

 

No hay resplandores de sol

debajo de las piedras

a mitad del camino polvoriento.

 


 

 

No siempre se puede respirar bajo el agua

por más fresca y cristalina

que sea el agua del estanque.

 


 

 

Cuando atrapes entre tus dedos el sonido estruendoso

el escándalo insoportable, los truenos ensordecedores

de las pisadas de un gato,

solo entonces realmente verás el mundo como yo. Y me entenderás.

 


 

 

Dejo en paz mis digresiones,

pues otros pasos vienen detrás de mí

y quiero dejar espacio a la sombra que proyecto.

 


 

 

Dark Söul D’ Inxfenrir IV